lunes, 29 de agosto de 2011

Prójimo y próximo

Van Gogh, El buen samaritano (1890)


Romano Guardini falleció en Munich, el 1 de octubre de 1968. En una conferencia pronunciada en esa misma ciudad, en 1956, el ilustre profesor italoalemán explicó la diferencia que, según el Evangelio, hay entre el “prójimo” en apuro y el “próximo”. No se debe entender el prójimo sin más en el sentido del miembro de la propia familia, del amigo o cercano en el grupo social o cultural; es decir, aquél con el que nos unen estrechos vínculos de sangre, intereses o simpatía; porque en realidad, éste pertenece a uno mismo, al dominio de lo propio. En cambio, fuera de ese ámbito, las necesidades de los “ajenos” se interpretan frecuentemente como un desafío al propio bienestar. Sin embargo, en opinión de Guardini y algunos otros, el necesitado no tan “próximo”, tiene una tarea importante dentro del conjunto de la existencia: “defender a los que no sufren –a los sanos, enérgicos, bien acomodados– de los peligros del egoísmo, de la despreocupación, de la dureza, y aun de la crueldad”.


Entonces, ¿quién es el prójimo?


     Con ejemplos bien concretos de la historia reciente, Guardini argumenta diciendo que la frase “ahí hay una persona en apuro; por tanto, debo ayudarla", no es un sentimiento natural o espontáneo, por mucho que lo pretenda la mentalidad común de la época moderna. Y la cuestión estriba en que para ser verdadera la admonición interior que expresa, debe ser percibida ante toda persona: “Es decir, no sólo ante la persona estrechamente ligada a nosotros, simpática, sino también ante aquel que no logra serlo; no sólo ante la persona dotada y hermosa, sino también ante el mediocre, y aun el retrasado; no sólo ante el rico y el cultivado, sino también ante el pobre y el mísero. Si esa frase ha de ser cierta, la admonición debe atravesar por medio de toda distinción, y dirigirse a algo que determine al hombre como tal, sea como sea por lo demás. Y si, no obstante, han de notarse distinciones, entonces, que sea según este principio: Cuanto más pobre y pequeño el hombre, más apremiante es la obligación de ayudarlo”.

     Para aclarar la perspectiva cristiana, hay que recordar ante todo que, con la parábola del buen samaritano, Jesús rompió todas las fronteras de pueblo y grupo social, riqueza y cultura, para enseñar que el primer prójimo es que el necesita de ayuda, sea quien sea, y no como un principio vago o abstracto, sino aquél necesitado que está ante mí, aquí y ahora, porque el Padre del cielo lo ha puesto en el camino de mi vida.



El prójimo no sólo es el próximo

     Pero con eso –observa agudamente Guardini– todavía no se ha comprendido en profundidad el Evangelio; porque Jesús afirma que Él mismo aparece en esos “más pequeños”, más necesitados (Mt 25, 40), precisamente en ellos, que no pueden aducir ninguna de las diversas razones naturales para mover el interés de ayudar: ni admiración, ni simpatía, ni utilidad. En el fondo, todo ello nos está diciendo que Jesús nos ha hecho hermanos de todas las personas del mundo, hijos e hijas de Su Padre. Y desde esta última definición de la persona (hijo de Dios en Cristo) y del mundo (llamado a ser la fraternidad de los hijos de Dios), que señala el horizonte pleno del “mandamiento nuevo” (Jn 2, 8), se decide todo lo definitivo (Mt 25, 34-40).


Abrir los ojos y el corazón 

     Situándose en la línea guardiniana, escribe Benedicto XVI en Jesús de Nazaret (volumen primero): “La fuerza de la renuncia y la responsabilidad por el prójimo y por toda la sociedad surge como fruto de la fe”. Y más adelante “Yo tengo que convertirme en prójimo, de forma que el otro cuente para mí tanto como yo mismo… Tengo que llegar a ser una persona que ama, una persona de corazón abierto que se conmueve ante la necesidad del otro. Entonces encontraré a mí prójimo, o mejor dicho, será él quien me encuentre”. De esta manera, el Evangelio abre a “una nueva universalidad basada en el hecho de que, en mi interior, yo soy hermano de todo aquel que me encuentro y que necesita mi ayuda”.

     ¡Hay a nuestro alrededor, observa el Papa, tantas personas explotadas y maltratadas (como las víctimas de la droga, del tráfico de personas, del turismo sexual), personas destrozadas interiormente, vacías en medio de la riqueza material! Eso nos afecta y nos llama a tener los ojos y el corazón de quien es prójimo, y el valor de amar al prójimo. “Lo conseguiremos –concluye– si somos prójimos desde dentro y cada uno percibe qué tipo de servicio se necesita en mi entorno y en el radio más amplio de mi existencia y cómo puedo prestarlo yo”. Ahí está la verdadera proximidad del prójimo.





Publicado en “Alfa y Omega”, 4-X-2007
Reproducido en el libro "Al hilo de un pontificado: el gran sí de Dios"
ed. Eunsa, 2010

martes, 23 de agosto de 2011

Sin complejos ni mediocridad

Caravaggio, El Descendimiento (1602-1604)


Inspirado en “la Piedad” de Miguel Ángel, Caravaggio muestra el momento en que Cristo va a ser depositado en una losa para ser lavado, ungido y perfumado. Es el cuadro de “El Descendimiento” (1602-1604), una de sus obras más importantes. Destinado para el retablo de un altar en la iglesia romana de la Vallicella, (también conocida como Chiesa Nuova), el cuadro ha sido enviado por la Pinacoteca Vaticana al Museo del Prado para su exposición, con motivo de la JMJ. 



El lenguaje de Caravaggio

      Con inmenso cariño sostienen a Jesús el apóstol San Juan y Nicodemo. En segundo plano están la Virgen, con actitud serena, María Magdalena, secando sus lágrimas, y María de Cleofás, exclamando al cielo. El brazo de Cristo cae sobre la losa y casi la toca con su mano, quizá como alusión a que Él mismo es la piedra angular y fundamento de la Iglesia.

      La obra fue encargada para honrar la memoria de Pietro Vitricce, protector de aquella iglesia. Según los expertos, el rostro de Nicodemo, que mira al espectador, es un retrato del benefactor. De este modo podría estar sugiriendo que Nicodemo guardó el Cuerpo de Cristo, y ahora Pietro, Pedro, lo quiere honrar embelleciendo la celebración de la Eucaristía con ese retablo.

      Cabe recordar también al apóstol Pedro, que fue la primera cabeza visible del Cuerpo místico, y del que ahora hace sus veces, Benedicto XVI. 




No pasar de largo ante el sufrimiento humano

      En el Via Crucis del día 20, contemplando la entrega de Cristo, planteaba el Papa a los jóvenes: “Ante un amor tan desinteresado, llenos de estupor y gratitud, nos preguntamos ahora: ¿Qué haremos nosotros por él? ¿Qué respuesta le daremos?”

      Y contestaba, de acuerdo con San Juan (cf. 1 Jn 3,16): “La pasión de Cristo nos impulsa a cargar sobre nuestros hombros el sufrimiento del mundo, con la certeza de que Dios no es alguien distante o lejano del hombre y sus vicisitudes”. Al contrario –evocaba su argumentación en Spe salvi (n. 39)–, Cristo ha entrado en cada pena y en cada sufrimiento humano, para darle una participación en el amor de Dios, y, con ello, el consuelo y la luz de la esperanza.

      Por eso, les aconsejaba Benedicto XVI: “Vosotros, que sois muy sensibles a la idea de compartir la vida con los demás, no paséis de largo ante el sufrimiento humano, donde Dios os espera para que entreguéis lo mejor de vosotros mismos: vuestra capacidad de amar y de compadecer”. Y les repetía el programa trazado en su segunda encíclica: “Sufrir con el otro, por los otros, sufrir por amor de la verdad y de la justicia; sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, son elementos fundamentales de la humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo”. 




La sabiduría misteriosa de la Cruz
 
      He ahí “la sabiduría misteriosa de la Cruz”: “La cruz no fue el desenlace de un fracaso, sino el modo de expresar la entrega amorosa que llega hasta la donación más inmensa de la propia vida. El Padre quiso amar a los hombres en el abrazo de su Hijo crucificado por amor”. Y de ahí también su significado: “La cruz en su forma y significado representa ese amor del Padre y de Cristo a los hombres. En ella reconocemos el icono del amor supremo, en donde aprendemos a amar lo que Dios ama y como Él lo hace: esta es la Buena Noticia que devuelve la esperanza al mundo”.

      Cristo entrega su vida por amor al Padre y a los hombres. “Su vivir –observaba el Papa al día siguiente durante la Misa en la Catedral de la Almudena (20-VIII-2011)– fue un servicio y su desvivirse una intercesión perenne, poniéndose en nombre de todos ante el Padre como Primogénito de muchos hermanos. El autor de la carta a los Hebreos afirma que con esa entrega perfeccionó para siempre a los que estábamos llamados a compartir su filiación (cf. Hb 10,14). 




Eucaristía y libertad, Iglesia y santidad
 
      De esta entrega de Cristo, la Eucaristía es la expresión real: “El cuerpo desgarrado y la sangre vertida de Cristo, es decir su libertad entregada, se han convertido por los signos eucarísticos en la nueva fuente de la libertad redimida de los hombres”.

      Y todo ello se actualiza en la Iglesia: “Iglesia que es comunidad e institución, familia y misión, creación de Cristo por su Santo Espíritu y a la vez resultado de quienes la conformamos con nuestra santidad y con nuestros pecados. Así lo ha querido Dios, que no tiene reparo en hacer de pobres y pecadores sus amigos e instrumentos para la redención del género humano”.

      La Iglesia es santa y nosotros somos pecadores llamados a ser santos. Hemos de participar de la santidad de la Iglesia para hacerla santa y eficaz en y por nosotros: “La santidad de la Iglesia es ante todo la santidad objetiva de la misma persona de Cristo, de su evangelio y de sus sacramentos, la santidad de aquella fuerza de lo alto que la anima e impulsa. Nosotros debemos ser santos para no crear una contradicción entre el signo que somos y la realidad que queremos significar”. 




Sin complejos ni mediocridad
 
      Contemplando  la entrega de Cristo, Benedicto XVI se dirigía a los seminaristas dándoles consejos bien concretos, que sirven para todo cristiano. Vale la pena transcribir el párrafo entero:

      “Pedidle (…) que os conceda imitarlo en su caridad hasta el extremo para con todos, sin rehuir a los alejados y pecadores, (…) que os enseñe a estar muy cerca de los enfermos y de los pobres, con sencillez y generosidad. Afrontad este reto sin complejos ni mediocridad, antes bien como una bella forma de realizar la vida humana en gratuidad y en servicio, siendo testigos de Dios hecho hombre, mensajeros de la altísima dignidad de la persona humana y, por consiguiente, sus defensores incondicionales. Apoyados en su amor, no os dejéis intimidar por un entorno en el que se pretende excluir a Dios y en el que el poder, el tener o el placer a menudo son los principales criterios por los que se rige la existencia. Puede que os menosprecien, como se suele hacer con quienes evocan metas más altas o desenmascaran los ídolos ante los que hoy muchos se postran. Será entonces cuando una vida hondamente enraizada en Cristo se muestre realmente como una novedad y atraiga con fuerza a quienes de veras buscan a Dios, la verdad y la justicia”.

      Sabiduría de la Cruz, entrega de Cristo, amor a la Iglesia, afán de santidad; caridad “sin complejos ni mediocridad”, sin dejarse intimidar por quienes siguen a los falsos ídolos. Tal es el secreto para atraer, no hacia uno mismo, sino hacia Dios y hacia los demás. Una fórmula infalible, también para suscitar las vocaciones de todo tipo (al ministerio ordenado, a la vida consagrada, al compromiso laical en el matrimonio o en el celibato apostólico) que la Iglesia y el mundo necesitan.



 
(publicado en www.cope.es, 22-VIII-11)

Encarnar la fe en la vida y en la inteligencia


(La tarea universitaria a la luz de Cristo)


 
Encuentro de Benedicto XVI con profesores jóvenes universitarios en El Escorial, 19-VIII-2011


En su encuentro con profesores jóvenes universitarios (El Escorial, 19-VIII-11), Benedicto XVI recordó sus años de profesor en la Univerdad de Bonn, cuando a pesar de la situación de carestía, “todo lo suplía la ilusión por una actividad apasionante, el trato con colegas de las diversas disciplinas, y el deseo de responder a las inquietudes últimas y fundamentales de los alumnos”.



Universidad y reduccionismos de la tarea universitaria


     Ilusión, interdisciplinariedad, investigación. De ahí brotaba el sentido y la definición de la universidad: “universitas de profesores y estudiantes que buscan juntos la verdad en todos los saberes”, o como dijo Alfonso X el Sabio, ese “ayuntamiento de maestros y escolares con voluntad y entendimiento de aprender los saberes” (Siete Partidas, partida II, tít. XXXI).


     El ser y quehacer universitario –señalaba el Papa– no permite ser reducido a una mera capacitación técnica, con una visión utilitarista de la educación movida por el pragmatismo inmediato, pues esto lleva a pérdidas dramáticas: “Desde los abusos de una ciencia sin límites, más allá de ella misma, hasta el totalitarismo político que se aviva fácilmente cuando se elimina toda referencia superior al mero cálculo de poder”; asimismo –añadirá después– esa visión puede llevar a ideologías cerradas a la razón, y conducir al servilismo de “una lógica utilitarista de simple mercado, que ve al hombre como mero consumidor”. 



La fe cristiana promueve la racionalidad y la sabiduría


     Por el contrario, “la Universidad ha sido, y está llamada a ser siempre, la casa donde se busca la verdad propia de la persona humana”. La fe cristiana en Cristo como logos por quien todo fue hecho (Cf Jn 1, 3) ilumina y vivifica el ser y el trabajo universitario. “Esta buena noticia descubre una racionalidad en todo lo creado y contempla al hombre como una criatura que participa y puede llegar a reconocer esa racionalidad”.


     La tarea del profesor universitario católico implica el ideal de “proponer y acreditar la fe ante la inteligencia de los hombres”. ¿Cómo puede llevarse esto a la práctica? “El modo de hacerlo no solo es enseñarlo, sino vivirlo, encarnarlo, como también el Logos se encarnó para poner su morada entre nosotros”. (Es decir, desarrollar ese proceso personalmente para luego poder transmitirlo a otros).

      “En este sentido –concreta el Papa– los jóvenes necesitan auténticos maestros; personas abiertas a la verdad total en las diferentes ramas del saber, sabiendo escuchar y viviendo en su propio interior ese diálogo interdisciplinar; personas convencidas, sobre todo, de la capacidad humana de avanzar en el camino hacia la verdad”.


Buscar y encontrar la verdad


      De esta manera podrán transmitir ese ideal (buscar y encontrar la verdad) a los alumnos. A este propósito citó a Platón: “Busca la verdad mientras eres joven, pues si no lo haces, después se te escapará de entre las manos” (Parménides, 135d). Y añadió Benedicto XVI: “Esta alta aspiración es la más valiosa que podéis transmitir personal y vitalmente a vuestros estudiantes, y no simplemente unas técnicas instrumentales y anónimas, o unos datos fríos, usados sólo funcionalmente”.


     Por tanto, continuó el Papa, “os animo encarecidamente a no perder nunca dicha sensibilidad e ilusión por la verdad; a no olvidar que la enseñanza no es una escueta comunicación de contenidos, sino una formación de jóvenes a quienes habéis de comprender y querer, en quienes debéis suscitar esa sed de verdad que poseen en lo profundo y ese afán de superación. Sed para ellos estímulo y fortaleza”.

      Finalmente, concretó dos aspectos para esta tarea: la unidad entre el conocimiento y el amor, y la trascendencia de la verdad unida a la humildad.


Unidad entre el conocimiento y el amor


     En primer lugar, “el camino hacia la verdad completa compromete también al ser humano por entero: es un camino de la inteligencia y del amor, de la razón y de la fe. No podemos avanzar en el conocimiento de algo si no nos mueve el amor; ni tampoco amar algo en lo que no vemos racionalidad: pues ‘no existe la inteligencia y después el amor: existe el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor’ (Caritas in veritate, n. 30). Si verdad y bien están unidos, también lo están conocimiento y amor”. Y observó: “De esta unidad deriva la coherencia de vida y pensamiento, la ejemplaridad que se exige a todo buen educador”.



Humildad ante la verdad


     En segundo lugar, “la verdad misma siempre va a estar más allá de nuestro alcance. Podemos buscarla y acercarnos a ella, pero no podemos poseerla del todo: más bien, es ella la que nos posee a nosotros y la que nos motiva”.


     Por eso, especialmente en el ejercicio intelectual y docente, “la humildad es asimismo una virtud indispensable, que protege de la vanidad que cierra el acceso a la verdad”. Consecuencia: “No debemos atraer a los estudiantes a nosotros mismos, sino encaminarlos hacia esa verdad que todos buscamos”. Esto puede lograrse con la ayuda de Cristo, Verdad y Camino, “que os propone ser sencillos y eficaces como la sal, o como la lámpara, que da luz sin hacer ruido (cf. Mt 5,13-15).

      En definitiva: buscar e impulsar la búsqueda de la verdad sin reduccionismos, promover la racionalidad propia de la sabiduría, hacer creíble la fe a base de vivirla (no sólo de enseñarla), y unir el conocimiento y el amor sobre la base de la humildad. He aquí la tarea de un profesor universitario cristiano. El compromiso con la verdad requiere coherencia de vida, y esta coherencia le viene de su unión real con la caridad. El discurso de Benedicto XVI no trata de meros conceptos. Pide un redescubrimiento de los núcleos existenciales de la tarea universitaria, y, en consecuencia, una revisión de las actitudes personales y de los hechos que la hacen posible. 






(publicado en www.analisisdigital.com, 21-VIII-2011)

Raíces, cimientos, alas



Selección de imágenes de la JMJ-Madrid-2011 (Rome Reports)




Como se escribió con motivo de la JMJ de 2011, la sombra de Pedro ha pasado por Madrid. Los grandes eventos históricos no permiten simplificaciones. Por eso cabe mirar la visita del Papa a España desde diversas perspectivas. Una de ellas es la perfilada por él mismo durante el vuelo Roma-Madrid: “Para muchas personas será el inicio de una amistad con Dios y con los demás, de una universalidad de pensamiento, de una responsabilidad común que realmente muestra que estos días dan fruto” (Rueda de prensa, 18-VIII-2011). Amistad, universalidad y responsabilidad pueden verse como telón de fondo de estos días irrepetibles. 



Las raíces de la amistad




      Primero, la amistad, que surge espontánea de la “visibilidad” de la fe, que los jóvenes comprueban. Se han ido preparando con ese “ponerse en camino hacia los demás y, juntos, hacia Dios”. Luego han dado la bienvenida al Papa (Cibeles) y él les ha dicho que sólo en Cristo y en sus palabras están las raíces y la roca fuerte para cimentar el sentido de la vida. Les anima a escucharle en la oración, a vivir las Bienaventuranzas, a buscar con Dios la felicidad y la alegría, la prudencia y la sabiduría, no como “muchos que, creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos”. Les pone metas altas: “No os conforméis con menos que la Verdad y el Amor, no os conforméis con menos que Cristo”, porque en Él está la salvación y la esperanza (Homilía en la Misa de clausura, 21-VIII-2011).

      La amistad tiene entre otros nombres: intimidad, fidelidad, confianza. Les impulsa a seguirle de cerca, sobre todo en la Eucaristía y en la Confesión de los pecados, con una amistad íntima, fiándose de Él: “Jesús, yo sé que Tú eres el Hijo de Dios que has dado tu vida por mí. Quiero seguirte con fidelidad y dejarme guiar por tu palabra. Tú me conoces y me amas. Yo me fío de ti y pongo mi vida entera en tus manos. Quiero que seas la fuerza que me sostenga, la alegría que nunca me abandone” (Ib.). 





Los cimientos de la universalidad






      Segundo, universalidad. Efectivamente, los jóvenes han comprobado en qué consiste y cómo es la amistad que tiene como motivo a Cristo, y se encuentran con la universalidad, con la red de la fe: “Aquí ven que no están solos, que hay una gran red de fe, una gran comunidad de creyentes del mundo, que es hermoso vivir en esta amistad universal, y de este modo nacen amistades que superan las fronteras de las diferentes culturas, de los diferentes países” (Rueda de prensa, 18-VIII-2011)

      Benedicto XVI les asegura que la verdad y la libertad se implican mutuamente, y que arraigados en Cristo, “damos alas a nuestra libertad” (Fiesta de acogida en La Cibeles, 18-VIII-2011). Por la Eucaristía, su “libertad entregada” es fuente de la “libertad redimida” de los hombres (Homilía en La Almudena, 20-VIII-2011).

      La universalidad del cristianismo tiene un nombre: Iglesia. En consecuencia, “seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir ‘por su cuenta’ o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él” (Ib.)



Las alas de la responsabilidad 


 

      Tercero, responsabilidad de sentirse parte de esa “red” que comunica el mundo con Dios: “El nacimiento de una red universal de amistad que une al mundo con Dios es una importante realidad para el futuro de la humanidad, para la vida de la humanidad de hoy”. Responsabilidad que crece mirando la cruz (que no fue un fracaso, sino expresión y don del amor). Y se traduce en la “capacidad de amar y compadecer”: sufrir con los otros, por los otros, por el amor y la justicia (cf. Discurso en el Via Crucis del 19-VIII-2011, y Discurso en la visita al Instituto San José, para jóvenes discapacitados, 20-VIII-2011).

      No faltan dificultades (tensiones, injusticias, incertidumbres e incluso persecuciones). “Pero yo vuelvo a decir a los jóvenes, con todas las fuerzas de mi corazón: que nada ni nadie os quite la paz; no os avergoncéis del Señor” (Discurso en el aeropuerto de Barajas, 18-VIII-2011).

      Por eso espera de ellos “un testimonio valiente y lleno de amor al hombre hermano, decidido y prudente a la vez, sin ocultar su propia identidad cristiana, en un clima de respetuosa convivencia con otras legítimas opciones y exigiendo al mismo tiempo el debido respeto a las propias” (Ib.). Este es el camino para que “una vida hondamente enraizada en Cristo se muestre realmente como una novedad y atraiga con fuerza a quienes de veras buscan a Dios, la verdad y la justicia” (cf. Homilía en la Almudena, 20-VIII-2011).

      La voz del sucesor de Pedro les conforta y alienta: “Que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra”. Y aún añade: “No os guardéis a Cristo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios” (Homilía en la Misa de clausura, 21-VIII-2011). Necesita de los jóvenes profesores universitarios, para que encarnen la fe en su vida y en la inteligencia. Necesita de los ministros ordenados y de las personas consagradas, para que se den generosamente a todos. Necesita de muchos “voluntarios” en todos los ámbitos de la vida ordinaria, al servicio de la misión de la Iglesia, pues “amar es servir y el servicio acrecienta el amor” (Discurso a los voluntarios, 21-VIII-2011). 



Colaborar en la obra del Espíritu Santo

      Amistad, universalidad, responsabilidad; seguimiento de Cristo, amor a la Iglesia, testimonio de la fe y del amor. Por ahí comenzó a concretarse y en esa dirección ha ido desembocando el lema de estos días: “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe”. Ésas son, por tanto, las raíces, los cimientos y las alas que permiten al Espíritu Santo hacer su obra en cada cristiano y en la historia de la salvación.

      Una vez más se ha manifestado la gracia del Espíritu Santo, que puede “hacer de todos los hombres una sola familia”. Y a los jóvenes les corresponde esta tarea: “Con vuestra cercanía y testimonio, ayudad a vuestros amigos y compañeros a descubrir que amar a Cristo es vivir en plenitud” (Discurso de despedida, 21-VIII-2011).

      El día después de la JMJ-Madrid-2011 se abre una etapa nueva que va, desde el corazón de cada uno y de la Iglesia, hacia Dios y hacia los demás.



(publicado en www.religionconfidencial.com, 22-VIII-2011)

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Si no te tuviera a ti (Siempre así)

miércoles, 17 de agosto de 2011

La JMJ, fiesta de la fe

Veronés, La disputa con los doctores en el Templo (h. 1562),
Museo del Prado

El cuadro "La disputa (de Jesús) con los doctores en el Templo", de Veronés, se ofrece en el Museo del Prado especialmente al peregrino de la JMJ-Madrid 2011. Representa no tanto una “disputa” en el sentido actual del término, sino más bien un debate o un diálogo, que, al estilo de las antiguas escuelas filosóficas, tendría lugar según un método y ritmo prestablecido (hay un reloj de arena en el centro inferior de la imagen).

      En la línea de los Evangelios apócrifos y de la época de la Contrarreforma, se suele pensar que Jesús “enseñaba” a los doctores (Veronés lo representa de pie, en el centro, en un lugar elevado entre dos columnas). Sin embargo el Evangelio dice más bien que les escuchaba y les preguntaba (Lc 2, 46). El dedo levantado de Jesús quizá no quiere sólo reforzar sus argumentos, sino sobre todo señalar hacia lo alto, porque Él es el Camino que lleva al Padre.

      De pie a la derecha se distingue un personaje barbado de traje negro, que probablemente inmortaliza la persona que encargó la obra, tras una peregrinación a Tierra Santa. En él nos podemos ver nosotros representados, escuchando a Jesús, que es la Palabra misma del Padre, el Camino, la Verdad y la Vida.



Jesús aprende y enseña en la casa de su Padre

      Jesús está aprendiendo (en cuanto hombre) y también enseñando, primero con su actitud, en la casa de su Padre, como les dice a María y a José: no le comprendieron entonces, y Jesús bajó a Nazaret y siguió viviendo sujeto a ellos. “Su madre –agrega el Evangelio– conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón”, y “Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (vv. 49-52).

      En efecto, estaba Jesús en el Templo como en su casa, que destacaba entre las cosas de su Padre (era “el hijo del dueño”). Esto no significa que las demás realidades no las viviera en unión íntima con su Padre. Pero Jesús debía, por así decir, tomar posesión del templo que le precedía y preparaba su misión, como nuevo y definitivo Templo. Así se explica el celo santo que le consumía, y que le llevó a expulsar del atrio a los mercaderes: “No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado” (Jn 2, 16). Y cuando profetizó “Destruid este templo y en tres días lo levantaré” (v. 19), el autor del Evangelio explica que Él hablaba del Templo de su Cuerpo. 



Dos cuadros de finales del s. XV. A la izquierda, Jesús entre los doctores (1495-1497),
National Gallery de Washington.
A la derecha, María y José encuentran a Jesús entre los doctores,
Libro de las Horas de Enkhuisen (Holanda).


Crecer en sabiduría y gracia

      Ahora bien, ese verdadero Templo, que es el Cuerpo de Jesús, se amplía a las dimensiones del mundo y de la historia por medio de su Cuerpo místico, la Iglesia, formada por los cristianos unidos a Cristo. Cada uno de ellos, a imagen de su maestro, ya desde adolescentes han de crecer no sólo en estatura, sino también en sabiduría y gracia ante Dios y los hombres, bajo la mirada atenta y solícita de María.

      Para crecer en sabiduría, Benedicto XVI ha subrayado la importancia de estudiar el Catecismo de la Iglesia Católica y su Compendio, como referencia esencial de la fe. Con motivo de la JMJ de Madrid 2011, ha prologado el YouCat, subsidio pedagógico que ofrece a los jóvenes una explicación de la fe, buscando (y con frecuencia logrando) formas de expresión asequibles a su situación.

      “¡Estudiad el Catecismo con pasión y perseverancia!”, les ha pedido el Papa. “¡Sacrificad vuestro tiempo por ello! Estudiadlo en el silencio de vuestra habitación, leedlo entre dos, si sois amigos formad grupos y redes de estudio, intercambiad ideas en Internet. ¡Continuad de todas las formas posibles el diálogo sobre vuestra fe!”

     Sólo así, les explica, podrán comprender su fe, y hacer de su propia vida una obra de arte. Podrán crecer, como árboles de fuertes raíces, para afrontar los retos de nuestro tiempo. Con la ayuda de la gracia divina (especialmente en la Eucaristía y la Confesión), podrán librarse de las sequías como el consumismo y la pornografía. Y podrán dar sombra y frutos, ayudar y servir a los otros, especialmente a los más débiles. Y seguir celebrando siempre la fiesta de la fe. 




(la primera versión fue publicada en www.religionconfidencial.com, 17-VIII-2011)



W.H. Hunt, El hallazgo del Salvador en el templo (1860)
Birmingham, Museum & Art Gallery

miércoles, 10 de agosto de 2011

De Sidney 2008 a Madrid 2011

(Entrevista a Ramiro Pellitero, realizada en 98.3 Radio-Universidad de Navarra)

Harbour Bridge: el Puente del Puerto de Sidney 
(el puente más ancho del mundo)


Doce preguntas sobre  lo que Benedicto XVI propuso a los jóvenes en la anterior Jornada Mundial de la Juventud (Sidney, agosto de 2008) acerca de la misión de los jóvenes en la Iglesia y en el mundo, y del papel del Espíritu Santo en todo esto.


1. ¿Puede resumir cuál es la idea principal del mensaje del Papa en Sidney?


El Papa dijo a los jóvenes que para seguir a Cristo no hace falta ser personas extraordinarias ni perfectas, sólo se requiere ser personas que sepan amar a los demás y a Dios, que es Amor. Y en la perspectiva cristiana, esto significa hacerse dóciles a la acción del Espíritu Santo, buscarle, conocerle, actuar con él. Por decirlo con la terminología de la película la Guerra de las Galaxias, con el Espíritu Santo se hace presente “el poder de la fuerza”, es decir el amor.


2. ¿Qué dijo Benedicto XVI en Sydney durante los cuatro días que estuvo allí?


Expresó las paradojas de la situación actual (junto al asombro por la belleza del mundo creado, les confía la pena por las heridas de la tierra, que aparece destruida en amplias zonas, como consecuencia de un consumismo insaciable. Les muestra su dolor más aún por las heridas en la vida de las personas y en la sociedad: la violencia y la explotación sexual, el relativismo y la mentira, la confusión y la desesperación).


Señaló que hoy se proponen falsos dioses que desvían de la verdad y destruyen el amor: el dios de los bienes materiales (la codicia, que aparta de los hambrientos y de los pobres), el amor posesivo (que no es amor sino manipulación) y el poder injusto (que lleva al dominio de los otros y a la explotación del medio ambiente natural). El Papa propone a los jóvenes un proyecto de vida que abre a una gran aventura, de amor y de servicio con generosidad: estamos ante la nueva era del Espíritu Santo, que puede ayudarnos a vencer todo eso, a condición de un amor entregado y auténtico.

3. ¿Cuál es el problema de la sociedad actual?


Benedicto XVI siempre se dirige a todos, y promueve una verdadera humanidad, que no acabe autodestruyéndose.

- A los no cristianos, y en general a los no creyentes, les anima a salir de sí mismos y abrirse al mundo del espíritu, a Dios, que nos da la verdadera dimensión de lo real. Sin Dios, no es posible la felicidad humana, ni un verdadero desarrollo ni un orden social justo.

- A los creyentes, y sobre todo a los cristianos, nos interpela para que seamos auténticos: que creamos de verdad en la luz y el amor del mundo, que vienen de Dios, y que actuemos en consecuencia, cada día. Esto es, que respetemos a la naturaleza y no la destruyamos; y que respetemos a cada persona, más aún que la amemos, porque ha sido querida por Dios.

4. ¿Cómo podemos superar la superficialidad, el consumismo insaciable...?


Esto se puede lograr, como han hecho muchos antes que nosotros, abriéndose a Dios y a los demás. Es decir, dejando de mirarnos a nosotros mismos, como único centro de nuestro horizonte vital, y dándonos cuenta de que las personas que están a nuestro lado nos necesitan, material y espiritualmente. Teniendo presente que no tenemos derecho a ser indiferentes y vivir de espaldas a los problemas de los que se cruzan en nuestro camino.

Creo que fue Terencio el que dijo lo que, muchos después han repetido, también Antonio Machado: “Soy hombre y nada de lo humano” me es ajeno. Un cristiano lo afirma con la convicción que da el mirar todo con los ojos de Cristo.

San Josemaría escribió: "No pases indiferente ante el dolor ajeno. Esa persona, un pariente, un amigo, un colega..., ése que no conoces es tu hermano" (Surco, 251).

5. ¿Qué tenemos que hacer para que reverdezca el desierto espiritual de nuestra sociedad?


Si somos cristianos, hemos de volver a empezar por conocer a Dios hasta compartir con Él nuestra existencia; y para ello, leer el Evangelio, adorar a Cristo oculto en el Sagrario, ser trabajadores o estudiantes competentes, proyectar la propia vida efectivamente como una aventura de servicio. No sólo a largo plazo, sino hoy, mañana: ¿qué hago yo, realmente, por los que me rodean? ¿por quién vivo, qué me mueve? ¿Cómo quiero emplear mi vida, el día de hoy?

6. ¿Quién es para mí el Espíritu Santo? ¿Cómo podemos reconocerlo?


El Espíritu Santo es la Persona divina que condensa, por así decirlo, el amor de Dios, y que nos lo comunica. Con el Padre y el Hijo, ha creado el mundo, ha inspirado las Escrituras, ha hecho posible la vida de Cristo y le ha acompañado siempre en su entrega por su Padre y por todos los hombres: le ha llevado a entregarse por nosotros en la Eucaristía, como adelanto de su Pasión. Y le ha acompañado con su fuerza divina para resucitar. Ahora el Espíritu Santo sigue actuando entre nosotros, para instaurar, a través de la Iglesia, una civilización del amor. Y cuenta con cada persona, comenzando por cada cristiano, porque nos da mucho y es lógico que no nos quedemos atrás.

7. ¿Cómo podemos dejarnos renovar por el Espíritu Santo y crecer en nuestra vida espiritual?


El Espíritu Santo siempre nos lleva a Cristo, pero hay que hacerse capaz de vivir con Cristo, y para eso, decía antes, es necesaria la oración y también los sacramentos, sobre todo la Eucaristía y la Confesión de los pecados. Así ya tenemos más de la mitad del camino andado. Luego, poco a poco, hay que dejarse aconsejar por quienes pueden hacerlo, en la dirección espiritual. Y sentirse realmente responsables de la misión de la Iglesia en todo el mundo; porque la vida espiritual no se puede entender como un “espiritualismo”, es decir, un encerrarse en uno mismo buscando ser “perfecto”. Dios no necesita personas perfectas, sino personas que sean humildes y capaces de entregarse para que Él haga cosas grandes con nuestro granito de arena. Así será posible la “nueva era” de que hablaba el Papa en Sidney.

8. ¿Qué sucede si nos olvidamos del Espíritu Santo?


Pues que no acabamos de comprender quién es Dios y cómo Él ha querido salvarnos, es decir, hacernos felices ya en esta tierra, y definitivamente en el Cielo. Y tampoco acabaríamos de comprender quien es Cristo y qué nos pide a cada uno.

9. ¿Existe cierta analogía en la necesidad que tuvieron los apóstoles, una vez muere Cristo, de que aparezca el Espíritu Santo, con la necesidad de que vuelva a renovar a la sociedad actual carente de valores, superficial y con tendencia al laicismo?


Efectivamente, así se puede ver. Sólo que el Espíritu Santo ya estaba con los apóstoles cuando estaba Cristo. A partir de Pentecostés, el Espíritu Santo comenzó a actuar de modo nuevo, por medio de la Iglesia (por ejemplo asistiendo al Papa y a los Obispos, y a cada cristiano en las tareas que nos corresponden), y al mismo tiempo desde dentro del corazón de cada cristiano, en lo que llamamos la vida de la gracia.

10. ¿Al igual que el Espíritu Santo renovó interiormente a los Apóstoles,es necesario que renueve a la sociedad actual?


Eso es lo que pedimos siempre en la liturgia de la Iglesia: que no cese de actuar, que nos renueve, que cambie nuestro corazón de piedra por un corazón de carne, que nos haga como un injerto o un verdadero transplante de nuestro corazón por uno más capaz de amar, que es el de Jesucristo. Sí: hoy necesitamos una especial renovación, para poder dar a nuestro mundo el “alma” que necesita.

11. ¿Cuál es nuestra misión como cristianos que somos?


Como predicaba San Josemaría, lo más importante es que seamos santos, para santificar lo que nos rodea y ayudar a los demás a que lo sean. El Concilio Vaticano II proclamó solemnemente la llamada universal a la santidad. Ahora el Papa viene a decirnos que los verdaderos reformadores del mundo son los santos, porque son los que se abren al amor de Dios y de los demás; no en teoría, sino en concreto, en lo de cada día: siendo buenos padres o madres de familia, buenos hijos, buenos amigos; viviendo las obras de misericordia con los más necesitados; sintiendo la responsabilidad por todos en lo pequeño que nos toca hacer.

12. ¿Cómo podemos contribuir para que los frutos del Espíritu inunden este mundo herido y frágil?


A Benedicto XVI le gusta mucho hablar de dar un gran “sí” a Dios con nuestra vida, aunque pensemos que somos poca cosa (y lo somos, como un pequeño grano de mostaza o de levadura). Pero con la ayuda del Espíritu Santo podemos hacer que nuestro pequeño granito se convierta en un pan que alimente a mucha gente. Que los alimente en el cuerpo (por nuestro trabajo y nuestra solidaridad: el Papa ha recordado que hemos de ser sensibles a la pobreza y al hambre de mucha gente) y también que los alimente en el espíritu (al comprobar que somos alegres y coherentes). Para eso necesitan ver que nuestra fe no es una teoría, sino una luz y una fuerza que nos impulsa a cambiar las cosas que hay que cambiar, empezando cada uno por sí mismo.





(La entrevista fue publicada en www.unav.es, el 10-VIII-2011)

Niño y pastor

B.E. Murillo, El Buen Pastor (h. 1660), Museo del Prado
(agrandar la imagen)


Entre los cuadros que el Museo del Prado expone con ocasión de la JMJ-2011, está el Buen Pastor, pintado por Murillo, que se inspira en dos textos: en el capítulo 10 del Evangelio de San Juan (“El Buen Pastor da la vida por sus ovejas…”) y en el pasaje sobre la oveja perdida (cf. Mt 18, 12-14, Lc 15, 1-7). 



Jesús y los niños

      El niño: Jesús es el verdadero niño, Niño eterno, que no ha perdido la inocencia. Dice que “si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos… Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe” (Mt 18, 3-5). 


      Le gusta que los niños se acerquen a Él, los abraza, les bendice y pide por ellos; y se enfada si los discípulos les apartan (cf. Mt 19, 13s. y pasajes paralelos). Los niños le alaban a gritos (cf. Mt 21, 15s). Avisa de la gravedad de escandalizar a los niños (aquél que "escandaliza a uno de estos pequeños más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino": Lc 17, 2). Nadie debe menospreciarles, porque “sus ángeles ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18, 10). 



El Buen Pastor, de Murillo 

      En el cuadro de Murillo destaca la ternura del niño, junto con su seriedad (el que se hace niño como Cristo, se hace persona madura); pobre (descalzo), pero limpio y bien vestido, acaricia y cuida bien de cada oveja, dentro del rebaño (que se observa en segundo plano), mientras en la otra mano lleva el cayado. La autoridad al servicio del amor.

      El niño pastor: especialmente los que tienen responsabilidades de gobierno y formación han de hacerse como niños y atender muy particularmente a los niños.

      La columna rota suele interpretarse como una alusión contrarreformista a la victoria del cristianismo sobre los paganos. Hoy puede sugerirnos que en ese Niño está la verdad unida a la caridad, de modo más grande y auténtico que las realizaciones de la sabiduría meramente humana. 



Atención a los niños, cuidado de los niños

      Dios escucha con predilección la oración de los niños (cf. Camino, n. 98). Ellos participan de la misión evangelizadora y misionera con sus oraciones, el cumplimiento de sus tareas, su vida cristiana sencilla, entusiasta y muchas veces heroica, sus pequeñas contribuciones económicas.

      Especialmente los padres y los educadores representan el cuidado de Dios por los niños y tienen una altísima responsabilidad por ello. Y los niños pueden hacer mucho por sus mayores y por sus iguales, porque son capaces de sacrificarse generosamente por los demás. La sociedad debe proteger a los niños (comenzando por los no nacidos, y siguiendo por otros muchos pobres y hambrientos, enfermos o abandonados, manipulados y explotados sin escrúpulos), protegerlos con todos los medios posibles. La Iglesia está profundamente dolorida y se esfuerza para que no se repitan los abusos infringidos a los niños, cometid
os en ambientes eclesiales.


Benedicto XVI, acerca de los niños

      Ha señalado Benedicto XVI: “Muchos niños crecen ahora en una sociedad que se olvida de Dios y de la dignidad innata de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. En un mundo caracterizado por acelerados procesos de globalización, están expuestos únicamente a una visión materialista del universo, de la vida y de la realización humana”. Hay que enseñarles a “elegir un proyecto de vida dirigido a la felicidad auténtica, capaz de distinguir entre la verdad y la mentira, el bien y el mal, la justicia y la injusticia, el mundo real y el mundo de la ‘realidad virtual’”. (Mensaje a la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales, 27-IV-2006).

      Los medios de comunicación y las industrias de entretenimiento participan en primera línea de esta responsabilidad (cf. Los niños y los medios de comunicación social: un reto para la educación, Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2007).

      No basta que los niños adquieran conocimientos y habilidades técnicas. Han de aprender a valorar lo bueno y lo bello, a vivir la misericordia y el perdón, a preocuparse por los necesitados. Tienen el derecho a conocer la verdad y aprender a argumentar, con la apertura que es característica de la razón humana hacia Dios. En la catedral de Munich, ante un grupo de niños que recibían la primera comunión, el Papa aconsejaba a sus padres y educadores: “Ayudadles a darse cuenta de que todas las respuestas que no llegan a Dios son demasiado cortas” (10-IX-2006). Y, citando a San Juan Crisóstomo en 2007, ha recomendado: “Desde la más tierna edad abasteced a los niños de armas espirituales y enseñadles a persignar la frente con la mano” (Homilía 12,7 sobre la Primera Carta a los Corintios).

      “La Navidad no es un cuento para niños –observaba en diciembre de 2009–, sino la respuesta de Dios al drama de la humanidad en búsqueda de la paz verdadera. El ambiente de Belén nos recuerda que los niños necesitan no tanto de comodidades exteriores sino del calor de una familia, “del amor del padre y de la madre” (26-XII-2011).

     Ante los niños, y especialmente ante las imágenes del Niño Jesús, Dios “nos invita a hacernos pequeños, a bajar de nuestros altos tronos y aprender a ser niños ante Dios. Nos ofrece el Tú. Nos pide que nos fiemos de él y que así aprendamos a vivir en la verdad y en el amor” (Homilía en el Santuario de Mariazell, Austria, 8-IX-2007).

      Benedicto XVI lamenta con frecuencia que los adultos, sobre todo en Europa, rechacen a los niños, como una carga pesada, como una carga pesada: los niños no son una carga –sostiene–, sino un don para todos.

     Así pues, “debemos aprender a ver con un corazón de niño, con un corazón joven, al que los prejuicios no obstaculizan y los intereses no deslumbran”. Así, en los niños que con corazón libre y abierto reconocen a Dios, “la Iglesia ha visto la imagen de los creyentes de todos los tiempos, su propia imagen” (Homilía 18-III-2008).



(publicado en www.cope.es, 10-VIII-2011)

jueves, 4 de agosto de 2011

Humildad, adoración, sabiduría

 Rubens, Adoración de los Magos (1609/1628-1629), 
Museo del Prado (Madrid)
(Agrandar la imagen)


Uno de los cuadros más importantes de Rubens es un lienzo que representa la Adoración de los Magos, y que se expone en el Museo del Prado con motivo de la JMJ-Madrid, 2011. El pintor lo retocó veinte años después y le añadió una zona superior (donde se ven dos ángeles y un cielo nocturno) y otra a la derecha (que muestra un caballo con su jinete, y detrás un autorretrato del propio Rubens). Parece que algunos detalles añadidos indican el contexto contrarreformista de la época (la columna detrás de la Virgen sugiere la solidez de la Iglesia, la paja debajo del Niño y las parras sobre Él evocan a la Eucaristía, un asno con los ojos tapados mira al lado opuesto de Cristo, como representando a los que niegan la Encarnación del Hijo de Dios, etc.). 

            Esta escena puede servir de trasfondo para reflexionar sobre la visita de los Magos, siguiendo la predicación de Benedicto XVI. 


"Hemos venido a adorarlo"

      El lema de la JMJ en Colonia (2005) fue precisamente la frase que los Magos dijeron a Herodes: “Hemos venido a adorarlo” (Mt 2, 2). Desde un barco en el Rhin, animaba a los jóvenes a preguntarse, teniendo en cuenta la situación del mundo y la propia vida:  “¿Dónde encuentro los criterios para mi vida; dónde los criterios para colaborar de modo responsable en la edificación del presente y del futuro de nuestro mundo? ¿De quién puedo fiarme; a quién confiarme? ¿Dónde está aquél que puede darme la respuesta satisfactoria a los anhelos del corazón?” (Discurso a los jóvenes en Colonia, 18-VIII-2005).

      Les recordaba aquellas célebres palabras pronunciadas al principio de su pontificado:  “Quien deja entrar a Cristo (en la propia vida) no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera» (Homilía en el solemne inicio del ministerio petrino, 24 abril 2005). Y agregaba: “Estad plenamente convencidos: Cristo no quita nada de lo que hay de hermoso y grande en vosotros, sino que lleva todo a la perfección para la gloria de Dios, la felicidad de los hombres y la salvación del mundo”.


Los verdaderos reformadores son los santos

      Dos días después, en la explanada de Marienfeld, les explicaba que los Magos fueron los primeros de una larga lista de personas, los santos, que han buscado la estrella de Dios. “Los santos son los verdaderos reformadores” porque “sólo de Dios proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo”. A pesar de la cizaña que existe en el campo de la Iglesia (por la presencia del pecado), los santos han vivido y edificado esta “gran familia de Dios, mediante la cual Él establece un espacio de comunión y unidad en todos los continentes, culturas y naciones (A los jóvenes, en Marienfeld, 20-VIII-2005).


Humildad para ser capaces de asombrarse

            En otras ocasiones, posteriormente, ha evocado la actitud de los Magos, por oposición al “espíritu académico” de los escribas de Herodes (que indican el camino a otros, pero no se mueven). ¿Qué es –se preguntaba Benedicto XVI–  lo que a unos les hace ponerse en camino para ver a Dios, y a los otros no? Y respondía: la excesiva seguridad en sí mismos, la presunción que vuelve insensible para reconocer la aventura de un Dios que quiere encontrarse con los hombres. “Al final, lo que falta es la humildad auténtica, que sabe someterse a lo que es más grande, pero también el auténtico valor, que lleva a creer a lo que es verdaderamente grande, aunque se manifieste en un Niño inerme. Falta la capacidad evangélica de ser niños en el corazón, de asombrarse, y de salir de sí para encaminarse en el camino que indica la estrella, el camino de Dios” (Homilía, 6-I-2010).

            Los Magos –continuaba ese mismo día el Papa– podrían haber seguido la mentalidad actual: “no necesitamos a nadie” para guiarnos en nuestro camino, evitemos toda “contaminación” entre la ciencia y la Palabra de Dios. Pero no fue así. Al ver a aquel Niño inerme en brazos de María, “habrían podido quedarse desilusionados, es más, escandalizados”. Pero le reconocieron como Hijo de Dios. Podrían también haber vuelto a Jerusalén para presumir de su descubrimiento. Pero tomaron otro camino por prudencia, para custodiar el amor de Dios y su acercarse a los hombres (cf. Angelus 6-I-2010).


Sabiduría para encontrar la luz y convertirse en luz

      Hay que seguir la actitud de los Magos y no la de Herodes. Éste veía en Dios una especie de rival que competía con él y no le dejaba disponer de su existencia sin límites, a su gusto. Por el contrario, “debemos abrirnos a la certeza de que Dios es el amor omnipotente que no quita nada, no amenaza, sino que es el Único capaz de ofrecernos la posibilidad de vivir en plenitud, de experimentar la verdadera alegría”. Porque eran sabios, los Magos “sabían que no es con un telescopio cualquiera, sino con los ojos profundos de la razón en búsqueda del sentido último de la realidad y con el deseo de Dios movido por la fe, como es posible encontrarlo, incluso hacer posible que Dios se acerque a nosotros” (Homilía, 6-I-2011). 

     Los Magos –ha observado también Benedicto XVI– se dieron cuenta de que a veces el poder, incluso el del conocimiento, puede borrar, más que indicar, el camino hacia Dios. La estrella, por el contrario, “les guió entre los pobres, entre los humildes”; porque “Dios no se manifiesta en el poder de este mundo, sino en la humildad de su amor, ese amor que pide a nuestra libertad ser acogido para transformarnos y hacernos capaces de llegar a Aquel que es el Amor”. Y concluía: Hoy la estrella sigue siendo la Palabra de Dios leída y comprendida según la Iglesia. Caminando con ella, “podremos también nosotros convertirnos en estrellas para los demás, reflejo de esa luz que Cristo ha hecho resplandecer sobre nosotros” (ibid).

     En definitiva, adorar a Dios (que se ha hecho ¡tan pequeño!) no nos  hace a nosotros pequeños sino más grandes, capaces de apreciar y construir lo bueno y lo bello. Ser humildes (aceptar que Dios es siempre mayor que nuestra inteligencia y nuestro corazón) no humilla, sino que sitúa en la verdad (Santa Teresa) para ponerse en camino y superar las dificultades. Buscar la sabiduría es abrir la razón más allá de lo que se mide y se toca, abrirse a la luz del Amor.    


(publicado en www.analisisdigital.com, 4-VIII-2011)

lunes, 1 de agosto de 2011

La lógica cristiana del amor

Marc Chagall, Cantar de los cantares (1958), Museo Provincial de Alberta


Cuando salió la primera encíclica de Benedicto XVI, Deus caritas est, sobre el amor cristiano, muchos quizá esperaban una encíclica sobre la verdad. Otros, cuando se supo que trataría del amor, esperábamos una exposición sobre las relaciones entre la verdad y el amor, e incluso la belleza. Pero la encíclica se centra en el amor. ¿No habla de la verdad? Sí, ciertamente: no habla de otra cosa que de la comprensión y vivencia cristiana de la verdad. Y eso se identifica, precisamente, con el amor. En unos tiempos en que el nombre de Dios se asocia a veces con la venganza, el odio y la violencia –escribe el Papa–, este mensaje tiene una gran significación. La lógica cristiana – es decir, la comprensión de la vida según el Logos hecho carne– no es la de la intolerancia fundamentalista, sino la del amor. 

     La primera parte explica cómo Dios se ha revelado a través de la imagen del eros (amor posesivo) que debe convertirse en agapé (amor que se entrega). Por eso el amor conyugal es una imagen del amor de Dios por la humanidad, y es asumido por Cristo en el sacramento del matrimonio, como imagen viva y comunicación del amor apasionado y fecundo entre Cristo y la Iglesia. Así se explica también el sentido cristiano de la sexualidad.

      En el centro de la encíclica se sitúan dos cuestiones. Son como dos focos de luz que en su referencia mutua determinan el escenario en que quiere moverse el documento. No sólo están materialmente en el medio del texto, al final de la primera parte y al principio de la segunda; sino que constituyen el núcleo de los pensamientos que el autor expresa. En primer lugar, “el doble mandamiento del amor” (nn. 14-18). En segundo lugar, la afirmación de que la caridad pertenece esencialmente a la misión de la Iglesia (nn. 19-25).


El doble mandamiento del amor


      Primera cuestión: Dios instaura con los hombres una comunión de pensamiento, de voluntad y de sentimientos. Lo hace por la obra de Cristo y del Espíritu Santo, sobre todo gracias a la Eucaristía. Así se puede llegar a “pensar con el pensamiento de Dios”, a “querer con la voluntad de Dios” y a “mirar con los ojos y los sentimientos de Cristo”. El amor a Dios y al prójimo son dos vertientes del amor cristiano que se implican mutuamente, como dos caras de la misma moneda. Ambos son inseparables, pero todo comienza por el amor de Dios. Él ha tomado la iniciativa en esa “experiencia de amor” que es la vida cristiana vivida plenamente, y que pide ser comunicada a otros. De este modo el amor divino transforma a las personas singulares en el “Nosotros” de la Iglesia, que tiene un horizonte universal.


La caridad es esencial en la misión

      Por eso, continúa el Papa su argumentación, la caridad es una dimensión constitutiva de la misión de la Iglesia. He aquí la segunda gran cuestión. La caridad, o sencillamente el amor, es una manifestación irrenunciable de la esencia de la Iglesia o de su estructura fundamental. El trinomio constituido por el anuncio de la Palabra de Dios, la celebración de los sacramentos y el servicio de la caridad, se ha ido confirmando con el paso de los años y la difusión progresiva de la Iglesia, familia de Dios en el mundo.

      ¿Cómo se unen entre sí esos dos focos de luz de la encíclica, el amor cristiano y su papel en la misión de la Iglesia? Por el Espíritu Santo. Él es el protagonista inmediato del amor: la potencia interior que armoniza el corazón de cada uno de los creyentes con el corazón de Cristo, y les mueve a amar como Él los ha amado. Y resulta que el mismo Espíritu es la fuerza que transforma el corazón de la Iglesia, para que dé testimonio del amor en el mundo, en la medida en que busca el bien integral del ser humano.


El amor se demuestra en los hechos


      Todo ello está impregnado de consecuencias prácticas. La Eucaristía introduce a los cristianos en la dinámica de la entrega de Cristo, el Logos que se hace agapé, para seguir actuando en ellos y por ellos. No hay amor sin Cruz. Especialmente en los hambrientos y sedientos, los forasteros, los desnudos, enfermos y encarcelados… ahí está Cristo. Sin el contacto personal con Dios no se puede ver en los otros la imagen divina. Y viceversa, sin el servicio a los demás no se reconoce a Dios como Dios-amor. No habría culto cristiano donde cupiera una indiferencia por los pobres y necesitados. En sentido propio, no hay cristianos donde falta la oración y la Misa (¡el domingo!). La Iglesia entera está implicada en el amor y la justicia. Y dentro de la Iglesia, los laicos, por su propia vocación y misión, están convocados a participar en la vida pública y política con la diversidad de sus dones y opiniones, en libre concurrencia con las de los demás. Sin amor, decía Juan Pablo II, todo podría quedarse en palabras. La lógica cristiana del amor conduce a los hechos. ¡El amor es posible!

      Hay que convencerse e impulsar este convencimiento entre los amigos y los colegas, en el interior de las familias y los vecindarios, en los proyectos científicos y en las empresas, en las noticias y en los espectáculos, en las políticas locales y en los organismos internacionales. ¿Cómo? A amar se aprende amando. Éste es el desafío: creer en el amor y vivir el amor.




Una primera versión del texto se publicó en www.analisisdigital.com, 8-II-2006
Reproducido en "Al hilo de un pontificado: el gran sí de Dios", ed. Eunsa 2010